╔rase que se era un rey de Persia a quien muchos llaman Nemrod, pero que seg·n versiones mßs fundadas debi≤ de llamarse Doac, y fue matador y suceSor de aquel Yemsid cuyo pecado consistφa en creerse perfecto. Este Doac era mago, brujo y sabidor; pero en vez de ejercitar su ciencia seg·n la habφan ejercitado sus predecesores- fundando ciudades, ense±ando y propagando artes e Industrias, venciendo en singular batalla a los divos o genios del mal, estableciendo las primeras pesquerφas de perlas, horadando las primeras minas de turquesas, popularizando el conocimiento del alfabeto y de los signos que, trazados sobre ladrillo o piedra, conservan a travΘs de las edades el recuerdo de los hechos insignes-, el empecatado Doac s≤lo utiliz≤ su magia para componer y destilar filtros venenos y refinar ingeniosos suplicios, porque se deleitaba en el dolor y los gemidos eran para Θl regalada m·sica. Hasta el reinado de Doac no sabφan los persas c≤mo des-garra las carnes un haz de varillas, ni c≤mo aprieta la nuez una soga. Cuando se pregunta quΘ ense±≤ Doac a sus s·bditos, la cr≤nica responde que ense±≤ a azotar y a ahorcar.
Cansado sin duda el cielo, infligi≤ a Doac un padecimiento cruel y vergonzoso: una ma±ana, al disponerse a gozar de las delicias del ba±o, not≤ el rey que en cada hombro le habφa salido gruesa verruga, tama±a como un huevo y de la mismφsima figura que una cabeza de serpiente -chata, verdosa, horrible.
Al principio no dolφan las tales excrecencias, pero no tardaron en ulcerarse y causar atroz martirio, que determinaba en Doac accesos de rabia, siendo lo peor que, como no querφa ense±ar a los mΘdicos ni a persona viviente su asqueroso alifafe, tenφa que lavarse, curarse y vestirse solo, y atender a las ·lceras con las plastas y los ungⁿentos que encontraba en su repertorio mßgico.
